Editorial del programa del sábado 5 de Junio de 2010
En la historia de nuestra colectividad –que consta de más de ocho décadas de convivencia interinstitucional- no faltan momentos en los cuales nos hayamos prometido superar nuestras diferencias y priorizar las coincidencias para comenzar a lograr –juntos- aquello que nos beneficie a todos como colectivo social.
Seguramente, hubo muchos intentos similares, personas que apostaron en concreto a dicha idea, lográndola transformar en realidad aunque sea por un período determinado de tiempo o entre algunas instituciones. Y todo, cada uno de los intentos fallidos, los logros momentáneos, las experiencias truncas, las apasionadas disputas y los a veces irreflexivos enfrentamientos, han dejado su imborrable huella en nuestra memoria colectiva, condicionando nuestro presente y futuro inmediato.
Claro que dicho condicionamiento, bueno o malo, superfluo o determinante, depende de cada uno de nosotros. Es decir, de los objetivos institucionales que nos damos y de la decisión que tomamos como seres humanos integrantes de un colectivo nacional, que tenemos el poder para decidir sobre el accionar colectivo.
Si nuestras lógicas diferencias –ideológicas, políticas, históricas, filosóficas, etc.- siguen siendo convertidas en escollos infranqueables, no podemos buscar culpables más allá de nuestras propias narices.
Porque es una verdad irrefutable que la unión de todos es una utopía casi irrealizable. Y mucho más, en sociedades capitalistas divididas en clases con intereses totalmente antagónicos y en permanente disputa. Pero he aquí uno de los grandes desafíos que debemos afrontar, no sólo como descendientes de armenios y miembros activos de la colectividad, sino como ciudadanos de un país que además está atravesando por un interesantísimo proceso de desarrollo, en donde muchas de las hasta ahora “verdades absolutas” están siendo puestas en duda y sometidas a debates y cambios, transformando nuestra cotidaneidad y, seguramente, el futuro que les estamos dejando a las nuevas generaciones.
Hablo de desafío, porque en ningún manual figura cómo concretar esa idea que nos proponemos e imponemos -de manera autoritaria entre nosotros mismos- entre las distintas instituciones comunitarias: unirnos, reconociéndonos no sólo diferentes, sino incluso con intereses antagónicos.
Entonces, debemos convencernos, ante todos, que este desafío que nos imponemos nosotros mismos tiene como punto de partida la reflexión profunda de cada sector sobre qué está dispuesto a ceder o hasta dónde, en pos del logro del objetivo común. Si somos capaces de abordar este debate interno en cada sector y llegar a respuestas concretas y no a bellas teorías, habremos dado el paso fundamental que nos permitirá avanzar por ese camino que venimos pregonando desde hace décadas, pero al que nadie se anima a entrar, ya que hemos demostrado no estar dispuestos a “ceder” aquello que resulta necesario para transformar el “yo” en “nosotros”.
Y no hablo de concesiones ideológicas o de principios ni creencias, sino de aquellas cosas que forman parte del “segundo plano” y que son las que, generalmente, nos distancian y nos enfrentan más que nuestras convicciones y nuestras ideologías.
Para esta generación de dirigentes comunitarios –muchos, hombres y mujeres de entre 30 y 55 años- este sí es un momento histórico, ya que tal vez en otras circunstancias similares no tuvimos el poder de decidir qué hacemos, hacia dónde vamos.
Hoy, al frente de nuestras respectivas instituciones y con el apoyo de centenares, de miles de connacionales, estamos cara a cara con aquello que marcará para siempre nuestras vidas, al menos, esta faceta, la de dirigentes y militantes comunitarios.
A partir de ahora estaremos pendientes de cada iniciativa institucional y de cada paso que demos, porque serán gestos concretos que manifiesten el grado de compromiso asumido por cada organización e individuo respecto al desafío conjunto de avanzar hacia grados importantes de unidad de criterios y de acción.
Quien les habla, no escatimará nada a favor de esta decisión colectiva, y este medio, LA VOZ ARMENIA, será más que nunca, una herramienta puesta al servicio de todos. Como lo hizo durante décadas su fundador, Nubar Lomlomdjian. Como lo continuamos y lo profundizaremos nosotros, ustedes, TODOS JUNTOS.
Adrián Lomlomdjian
Director
No hay comentarios:
Publicar un comentario