Editorial del programa del sábado 19 de Junio de 2010
La vida nos somete cotidianamente a distintos desafíos según nuestra situación personal -relacionado a la familia, al trabajo-, nuestra edad, nuestra formación, nuestros compromisos, etc.
Cada uno de nosotros, a diario, debemos enfrentar y tratar de superar distintos escollos y sucesos que van poniéndonos a prueba respecto a la coherencia entre nuestros dichos y hechos. Es decir, nuestro entorno nos juzga –querramos o no- si acompañamos en la práctica eso que sostenemos en los discursivo o, al menos, si intentamos hacerlo. Y esta “celosa marca personal” recae mucho más sobre aquellos que decimos abrazar los ideales de cambio y nos involucramos en los distintos procesos.
Entre quienes nos juzgan –y no debemos enojarnos por ello- aparece incluso gente carente de toda autoridad moral y ética para hacerlo o personas que se encuentran en las antípodas de nuestro pensamiento. Pero son las reglas de juego. Y las aceptamos, porque nos ayuda a crecer, a corregir y a reafirmar convicciones.
El escenario político nacional es el mejor ejemplo de lo que les estoy señalando, es decir, de la hipocresía que reina a nuestro alrededor y de quienes intentan presentárnosla como algo natural. Para muestra, dicen, basta un botón: Roberto Dromi, superministro que comandó el proceso de privatizaciones que desguazó y destruyó el país en la década infame menemista, presentó públicamente su trabajo sobre “políticas de Estado” (justo él, que lo destruyó, ahora da consejos), acompañado por encumbrados dirigentes como los peronistas De Narváez y De la Sota, los radicales Nosiglia y Ernesto Sáenz, el Ministro PRO Guillermo Montenegro, la “progresista” Margarita Stolbizer e importantes figuras del empresariado. Una vergüenza que, por supuesto, contó con la “bendición pública” del Cardenal Bergoglio y del rabino Sergio Bergman.
Claro, seguramente a muchos, este acontecimiento público protagonizado por gente que se encuentra muy lejos de nuestro entorno cotidiano, los indigna, los subleva y los ubica en la vereda de enfrente de estos personajes.
Pero la pregunta es: ¿qué pasa en nuestro día a día? ¿Nos comportamos distinto a esta gente o nuestro accionar se contradice con nuestro decir y en la práctica avalamos a quienes decimos repudiar? ¿Nos esforzamos por ser coherentes o no nos importa contradecirnos a cada minuto?
Estas son las preguntas que me hago y que seguramente se hacen todos aquellos que eligieron hacer de sus vidas un eslabón que se sume a esa enorme cadena cuyo objetivo es ahogar este sistema explotador para construir la nueva sociedad socialista.
Resulta fácil, por ejemplo, criticar la injusticia, la explotación, la incoherencia y la soberbia ajena. ¿Y por casa cómo andamos?, dirían quienes nos conocen y están atentos a nuestro pasos.
A diario escuchamos en boca de miles y miles las justas críticas hacia la actitud asumida por el Vicepresidente Cobos. Y entre nosotros, ¿cuántos de quienes conocemos y critican a Cobos actúan como él? ¿Cuántos de quienes critican por acá y por allá repiten allí donde desenvuelven sus vidas a diario el accionar y las actitudes de sus criticados? ¿Hasta dónde se puede convivir con la hipocresía y con los hipócritas?
Cada uno de nosotros va construyendo una historia de vida, una especie de legajo al cual recurre el resto de la gente cuando deber dar una valoración sobre nuestra persona o sobre lo que decimos y hacemos. Los hechos están allí y cada quien saca sus propias conclusiones, basándose en las ideas y principios que guían su propia vida. Pero los hechos, reitero, son hechos.
Andar por la vida ejercitando la gimnasia del doble discurso, la difamación, la tergiversación y la mentira es digno de aquellos para quienes el centro del mundo es su ombligo.
Para los demás, para quienes elegimos dejar el “yo” y ser “nosotros”, para quienes sabemos que de nada vale la felicidad si no es de todos, que de nada sirven los derechos declamados si no se cumplen para todos por igual, que de nada sirve hablar de justicia cuando convivimos con la injusticia y nada hacemos por cmbiarla, para nosotros, la lucha no tiene pausas.
Alguna vez, y en distinta circunstancias, cada uno de nosotros eligió qué va a hacer de y con su vida. Con distintos grados de compromiso vamos avanzando por la senda elegida y es allí donde nos encontramos con quienes llamamos “compañeros de ruta”, “hermanos de la vida”, “camaradas de lucha”.
No es un mismo carnet partidario ni un mismo ámbito institucional lo que nos une. En absoluto.
A algunos los une la carencia de objetivos de vida, la falta de personalidad, el miedo, la ambición, la soberbia, su mediocridad.
A nosotros, en cambio, nos unen las convicciones, la coherencia, los objetivos comunes y la lucha mancomunada para terminar con esta sociedad explotadora e injusta. Y también, para acabar con la hipocresía y los hipócritas.
Adrián Lomlomdjian
Director