lunes, 25 de febrero de 2008

COMENZAR A CAMBIAR EL RUMBO

Audición radial “LA VOZ ARMENIA”
Editorial del Sábado 23 de Febrero de 2008


El martes último, 19 de Febrero, en Armenia, se llevaron a cabo las esperadas elecciones presidenciales que ya, desde fines del año pasado, se había transformado en una clara contienda entre las actuales autoridades -y sus grupos de poder- contra el ex mandatario Levón Ter Petrossian y quienes lo rodearon, algunos tratando de saciar su sed de venganza por hechos pasados y otros, tratando de ganarse “un lugar en el mundo político del país”, sin importarles si para ello debían vender su alma al diablo...
Y pasó lo esperado. Por un lado, ganó en primera vuelta, con algo más del 52% de los votos -según datos de la Comisión Electoral Central-, el actual Primer Ministro, líder del poderoso Partido Republicano y hombre fuerte del país, Serzh Sargsian; y por el otro, la heterogénea oposición amontonada alrededor de Ter Petrossian, quizás añorando las “revoluciones anaranjadas en Ucrania y Georgia” y el apoyo occidental, rápidamente manifestó su desacuerdo con los datos electorales y convocó a sus partidarios a manifestarse públicamente, logrando reunir durante todos estos días a varios miles de ciudadanos movilizados desde lo más profundo de sus sanas convicciones, pero quienes de manera ininterrumpida escuchan llamamientos que sólo pueden exacerbar el odio y la desunión.
Claro que afirmar que no se cometió ningún tipo de irregularidad y que los resultados dados a conocer son fiel y verdadero reflejo de la voluntad popular, resulta muy cercano a lo ingenuo, inverosímil y gracioso.
Desde aquí, a decenas de miles de kilómetros de la Madre Patria, creo que no resultaría coerente puntualizar en centralizar la reflexión en fraudes, irregularidades, arbitrariedades, etc., ya que sólo podemos guiarnos por dichos y, obviamente, cada uno priorizará como cierta y lógica aquella versión que abone la opinión y preferencia personal.
Por eso he decidido aprovechar estos minutos para reflexionar en voz alta y para compartir con cada uno de Ustedes, queridos y fieles radioescuchas, las sensaciones que he experimentado a lo largo de estas semanas siguiendo de cerca lo que sucedía en la campaña electoral, a través de los medios de prensa representativos de distintas -no de todas- corrientes de opinión.
Y quizás, la sensación que sentí es la misma que siento después de cada elección en mi país o de cada hecho trascendente que aquí suceda o en cualquier rincón del planeta: es decir, certificar hasta dónde el pueblo es capaz de protagonizar memorables jornadas de protesta o acontecimentos varios y hasta dónde las misma son aprovechadas por quienes son los generadores principales del descontento y la rabia popular.
Sin ir muy lejos, año 2001, Argentina. Centenares de miles de personas en la calle, un Presidente que se va, descontento, rabia, bronca, lucha. ¡Que se vayan todos! fue el grito de guerra de todo un pueblo movilizado. ¡Piquete y cacerola, la lucha es una sola! reflejaba la unión de los distintos sectores afectados por el neoliberalismo y sus personeros locales. Pero... No sólo no se fueron todos, sino que se reconvirtieron, se quedaron y hoy nos hablan como si ellos nada tuvieron que ver con el saqueo del país en los años 90. Todos ellos, quienes hoy se presentan como oficialistas y opositores, fueron los responsables del desguace del país. Pero... Nuestra memoria es corta y parece ser que hemos sido moldeados para lastimarnos entre nosotros y para “justificar”, “perdonar” y “darles nuevas oportunidades” a quienes nos golpean a diario en defensa de sus intereses perosnales y de clase.
Y en Armenia pasa algo similar. Allí hay un pueblo que añora viejas épocas de estabilidad, seguridad y desarrollo permanente, y por otro lado está harto de ver cómo grupos mafiosos manejan el país y la vida de cada uno de ellos. Protestas, manifiestaciones masivas luego de cada elección son la consecuencia lógica de ese hastazgo popular y no el fruto del arraigue popular del político de turno. Sucedió luego de las anteriores presidenciales, cuando decenas de miles de personas se manifestaron durante semanas... Y nada pasó. Quienes decían encabezar ese movimiento, rápidamente se adpataron a su nueva condiciones de “opositores radicales” que les tenía guardado el sistema, y acompañaron hasta el final el proceso que decían combatir.
Y hoy pasa exactamente lo mismo. Por un lado, la gran mayoría del pueblo descontento. Unos, sin embargo, eligen a quien consideran garantía para tener algunos años de seguridad y estabilidad, sin importales que ese a quien eligen es también uno de los máximos responsables de la situación que ellos critican. Otros, ya no soportan más lo existente y quieren cambiar, pero en ese deseo y voluntad inquebrantable de cambio no se toman un segundo para pensar que ni siquiera un niño puede creer que quien lleva sobre sus espaldas una pesada mochila cargada con lo peor, pueda ser quien conduzca a toda una nación por el camino de la construcción de lo nuevo.
Sí, estoy hablando de las puras convicciones que movilizan a gran parte de la sociedad a salir a la calle para decir ¡Basta, no me jodan más!, y lo contradictorio que significa que a la cabeza de ese reclamo esté el ex Presidente Levón Ter Petrossian, quien trajó de Gharapagh a Robert Kocharian, quien huyó del gobierno sin termninar su mandato, quien gobernó durante varios años a la sombra de su patota de gangster, quien jamás dijo dónde fueron a parar las decenas de millones de dólares que recibía para traer energía mientras el pueblo vivía en la oscuridad y el frío, quien permitió que sus amigos saquearan y se adueñaran de las empresas estatales, quien organizó y dirigió el vergonzoso fraude en las elecciones presidenciales de 1996 que aseguraron su reelección... Y así, podría continuar varios minutos, horas...
Por eso, la conclusión que uno saca de este proceso electoral en Armenia es que nada ha cambiado, ya sea confirmando el triunfo de Serzh Sargsian o logrando Ter Petrossian reinstalarse en el poder. Allá o acá, ganadores y perdedores siguen siendo siempre los mismo. Al menos, por ahora. Depende de nuestras voluntad, de nuestras convicciones y de nuestra decisión, comenzar a cambiar el rumbo.



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