lunes, 23 de febrero de 2009

NO TERGIVERSAR NUESTRA HISTORIA

Editorial de la audición radial LA VOZ ARMENIA
Sábado 21 de Febrero de 2009 – Radio Génesis AM 970 (Buenos Aires, Argentina)



En nuestra editorial de la semana pasada hacíamos referencia a las fechas importantes de la armenidad y a cómo se les enseñan (u ocultan) las mismas a los alumnos de los establecimientos educacionales armenios. Haciendo un sintético análisis de situación, decíamos: “…podemos afirmar que estamos ante la aplicación de un plan maliciosamente premeditado de tergiversación de nuestra historia”.
No es nuestra intención buscar y señalar a los culpables, sino que esta opinión sea escuchada y, sumada a otras, contribuya a generar un enriquecedor intercambio de ideas en torno de los acontecimientos en sí, de cómo y por qué se generaron, qué rol jugaron allí cada corriente política nacional y las distintas potencias internacionales.
Y ese intercambio de ideas sólo es posible si logramos priorizar conceptos sólidamente fundamentados por sobre los intereses partidarios y sectoriales.
En estos días, tanto en el semanario “Armenia” como en la audición radial “La Hora Armenia” -ambas de orientación tashnagtsagán-, nuevamente ocupó un importante espacio la recordación de febrero de 1921, presentado “como el primer levantamiento popular contra la opresión o el totalitarismo soviético-bolchevique”.
Sobran argumentos, basados en testimonios históricos irrefutables, para demostrar cuánto de mentira hay en las afirmaciones realizadas por dicho sector de la armenidad respecto de éste y de otros importantes acontecimientos de los últimos 150 años de la historia armenia, que los ha tenido como protagonistas no sólo a ellos, sino también a hombres y mujeres de las distintas corrientes político-partidarias. Por eso nadie, absolutamente nadie, puede posee la soberbia de atribuirse un rol protagónico exclusivo, ni en este sentido, ni en ningún otro.
Pero una vez más, y fiel a su centenaria historia, la prensa tashnagtsagán presenta un acontecimiento partidario (en este caso, el intento de retomar el poder del que habían sido expulsados) como un hecho nacional y patriótico. Y nada más alejado de la realidad que esta errada costumbre partidaria de igualar los intereses sectoriales con los de todos, cuando ni siquiera todos, entendiéndose por TODOS a los ciudadanos armenios y a quienes habitamos la diáspora, no tenemos ni intereses ni objetivos comunes, porque lógicamente –y como sucede con cualquier otra nacionalidad- los intereses de clase prevalecen por sobre el origen común. Por ejemplo, no piensan lo mismo sobre el país, el Estado y la sociedad, ni tienen proyectos comunes, un empresario y un trabajador de la misma nacionalidad. Más allá de algunas coincidencias específicas, un abismo los separa. Y ello es comprobable en Armenia, Argentina, Francia y en cualquier rincón del planeta.
Decíamos que nadie puede, ni debe, atribuirse con soberbia el exclusivo rol protagónico. Porque de ser así, también serían culpables, o para ser más suaves, “los principales responsables” de los males y las desgracias. ¿Se entiende?
Veamos. Si una organización se atribuye la hegemonía en cuanto a la dirección e influencia sobre la mayoría de la población de la Armenia Occidental, esa misma organización debería hacerse cargo del destino que corrió la Armenia Occidental (y su pueblo). ¿Más claro?
Pero he aquí que desde esta tribuna, reconociendo la no existencia del exclusivismo en el rol protagónico (sino la de un sinfín de factores internos y externos que influyen en el accionar de individuos y organizaciones), abordamos ésta y otras temáticas conflictivas de la armenidad con el único objetivo de conocernos y reconocernos distintos, de saber que las diferencias en nuestras convicciones y opiniones pueden y deben servir para enriquecernos mutuamente desde lo intelectual.
Desprendernos, todos, del fanatismo partidario y sectorial en la presentación de los temas “conflictivos” de la historia armenia, es el primer gran paso que debemos dar. Ese desprendimiento nos llevará a poder ejercer satisfactoriamente la autócritica como método fundamental para afianzar convicciones, que ya han sido puestas a prueba en cuanto a firmeza y fundamentos.
Seguir repitiendo “frases hechas” carentes de todo tipo de sustento, significa mucho más que reiterar errores: es seguir aplicando de manera conciente el plan de tergiversación y falsificación de nuestra historia, cuyas consecuencias más visibles son el desarrollo de las nuevas generaciones en la intolerancia, la soberbia y la desconfianza.



Adrián Lomlomdjian
Director

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