Editorial del programa del sábado 3 de Abril de 2010
95 años nos separan de aquella oficialización trágica de una política que se venía aplicando de manera constante desde varias décadas antes. El gobierno de los Jóvenes Turcos, que habían logrado cooptar en su lucha anti-sultánica a muchas organizaciones representativas de las minorías nacionales que habitaban el Imperio, decidía transformar en política de Estado la sistemática matanza de armenios en el extenso territorio de la Armenia Occidental y Anatolia.
Fue así como en medio de la Primera Guerra Mundial, y ante la presencia de los poderosos ejércitos de todas las potencias imperiales de aquel entonces, los Jóvenes Turcos daban cumplimiento a aquella decisión aniquilando a centenares de miles de armenios, deportándolos de sus tierras ancestrales, saqueándoles sus pertenencias, ocupando sus propiedades, secuestrando a sus mujeres y niños, y arrasando con el milenario patrimonio histórico-cultural existente.
En aquel entonces, algunas voces se alzaron clamando piedad o describiendo la tragedia. Incluso lograban ser escuchadas. Mientras, las potencias seguían repartiéndose la región y sus riquezas a costa de enfrentar pueblos y de regar con sangre cada centímetro de tierra avasallada.
Quienes conseguían “llegarle a los bolsillos de los poderosos” con su cuestión nacional, obtenían algo más que bellas promesas y condolencias por las pérdidas sufridas. Quienes no, o quienes basaban sus reclamos y exigencias en sólidos y justos fundamentos históricos, sólo conseguían a cambio frases tales como “nuestra armada no puede escalar el Ararat”.
Triunfante la Revolución Socialista de Octubre en Rusia, los armenios lograron construir su “pequeño lugar en el mundo”. Usurpado y ocupado el 90% de sus tierras ancestrales, fue merced a una combinación de factores, pero por sobre todas las cosas a la proclamación de la autodeterminación de los pueblos como principio rector de la nueva sociedad, que Armenia se convirtió en República sobre una superficie que hoy alcanza los 29.000 km². A pesar de que se hable del Tratado de Sevres o de cualquier otra circunstancia que nos trate de presentar la “buena voluntad e las potencias occidentales”, fue gracias al primer Estado socialista del planeta que el pueblo armenio lo tener y consolidar su territorio nacional. Aquí también cabe recordar que tal como sucedió en la Primera Guerra Mundial, al finalizar la Segunda, y ante la pública y recordada exigencia de Stalin de anexar los territorios de la Armenia Occidental a la Armenia Soviética, las potencias occidentales eligieron nuevamente defender a su aliada Turquía.
Pasaron los años, 95, y la historia se repite casi de manera predecible, al menos, en actitudes y posiciones políticas. Porque la adhesión de los Estados para con el reconocimiento del Genocidio de Armenios no pasa de ser algo declamativo y, en algunos casos, la forma de lavar culpas y responsabilidades durante aquella tragedia. Porque con sus numerosas y poderosas tropas asentadas en aquella región durante esos años, ¿las potencias occidentales no podían haber evitado las matanzas y garantizado la permanencia de los armenios en sus hogares y en sus tierras ancestrales?
Turquía no sólo debe reconocer el Genocidio de Armenios y pedir perdón, sino también lo deben hacer cada uno de aquellos países que tenían sus ejércitos allí y que por decisión u omisión son cómplices directos del Primer Genocidio del Siglo XX.
De nada sirve que Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Alemania, entre otros, aprueben resoluciones a favor del reconocimiento, ya que éstas sólo persiguen objetivos de medir fuerzas con Turquía en el marco de sus relaciones bilaterales y del rol que le tienen asignado a su aliada (junto a Israel) en Medio Oriente.
La solución a la Causa Armenia sólo será posible cuando las partes en conflicto se sienten en una misma mesa, cuando los gobiernos comiencen a tratar estas y otras cuestiones cara a cara, sin esos intermediarios que sacan provecho propio de las desavenencias ajenas.
Por esa razón, pierden toda su supuesta fuerza esas resoluciones parlamentarias ante el importante primer paso dado a partir de la firma de los protocolos, instando a establecer relaciones sin precondiciones. Y lo pierde también ante, por ejemplo, las miles de firmas de ciudadanos turcos pidiendo perdón; ante cada seminario sobre el Genocidio organizado en las Universidades turcas; ante la reciente declaración del Intendente de Diarbekir llamando a los armenios a regresar a sus tierras y hogares; ante la demanda iniciada contra su propio Estado por un abogado e historiador turco que exige que se reconozca el genocidio; ante esos centenares de miles que salieron a la calle con los carteles “todos somos armenios, todos somos Hrant Dink”.
Como colectividad nos debemos reflexionar y debatir sobre todas estas cuestiones, para definir si queremos avanzar en la solución de nuestros justos e históricos reclamos, o si seguimos ofreciendo nuestra causa como elemento de negociación de las potencias imperiales que ayer, hoy y siempre tendrán sus garras manchadas con la sangre de los pueblos.
Adrián Lomlomdjian
Director
No hay comentarios:
Publicar un comentario