sábado, 23 de enero de 2010

Aprender de Hrant Dink sin tergiversar la verdad

Audición radial LA VOZ ARMENIA, Buenos Aires, República Argentina
Editorial del programa del sábado 23 de Enero de 2010

El 19 de enero se cumplió el tercer aniversario del asesinato del periodista Hrant Dink, nacido en Turquía, de origen armenio, director del semanario armenio –en idioma turco- “Agós”.
Aún la gran mayoría, seguramente, mantiene frescas en la memoria aquellas imágenes que nos llegaban desde Estambul, aquella marea humana de miles y miles de personas de todos los orígenes que había decidido darle el último adiós al militante, con pancartas que decían “Todos somos armenios, todos somos Hrant Dink” (según datos de la policía fueron más de 200 mil los que acompañaron los restos de Dink hasta el Cementerio Armenio).
Conmovedora muestra de solidaridad y hermandad logró Hrant en su despedida. Y no fue por azar, sino porque esa fue su lucha, a ella había ofrendado su vida, a la hermandad entre los pueblos, a la construcción de la nueva sociedad. Y había elegido participar en esa contienda desde su lugar y desde su identidad armenio-turca, que jamás negó ni trató de esconder. Y vaya si fue difícil. Pero para un luchador, para un militante, para quien sabe que su vida no es más que una herramienta puesta al servicio de los ideales de un mundo de iguales, no existe eso de “hacerse a un lado hasta que pase el temporal” o “adaptar la lucha a las condiciones que impone el sistema dominante”.
Para nada. A pesar del miedo (¿o acaso alguien cree que Hrant Dink no sentía miedo de morir?), a pesar de saber del peligro cotidiano para sus seres queridos, Dink eligió continuar y redoblar la apuesta, tal como lo hacen los verdaderos militantes, los verdaderos luchadores. Lo enjuiciaron, lo agredieron e intentaron defenestrarlo casi a diario desde la maquinaria oficialista y negacionista turca, lo amenazaban de muerte de manera permanente, no tenía respiro. Pero siguió, como decía él, tratando de hacer entender que los pueblos no son enemigos de los pueblos, sino que hay poderes e intereses sectoriales que enemistan pueblos para beneficio propio.
Nunca dudó en utilizar la palabra GENOCIDIO cuando le hablaban de las matanzas o “de los trágicos acontecimientos” de 1915. Pero tampoco dudó en decir que las potencias no tenían que meterse en los asuntos internos de su país (Turquía) y que entre armenios y turcos debía solucionar las cuestiones que los separaban.
Hrant Dink fue, como todo militante de izquierda, un inquebrantable luchador por el socialismo en su país. Hizo suyas no sólo la lucha por el reconocimiento del Genocidio, sino también la Causa Kurda y la de los trabajadores y los oprimidos.
A Hrant Dink no lo asesinaron por ser de origen armenio. O mejor dicho, su “sentencia de muerte” no se debió sólo a su activa militancia en los temas armenios, sino a su condición de verdadero revolucionario.
Por eso, y sólo por eso, esas más de 200 mil personas convirtieron su funeral en un verdadero acto revolucionario: flores rojas, banderas rojas, pancartas que hablaban de la amistad entre los pueblos y esas otras que decían “todos somos armenios” llevadas por miles de ciudadanos turcos.
Abran las páginas web de los distintos partidos y movimientos de izquierda de Turquía, lean las notas que aparecen en ellas con respecto a Hrant Dink. En todas hablan no sólo de un excelente periodista, sino principalmente del camarada, del compañero de lucha, del revolucionario íntegro, del militante abnegado.
Recordar a Hrant Dink, respetar su memoria y su lucha significa no tergiversar la verdad ni utilizar su asesinato para seguir envenenando con más y más chauvinismo retrógrado las mentes de las nuevas generaciones. Esa no fue la lucha de Hrant Dink ni es la de quienes lo suceden.
Aquí, a decenas de miles de kilómetros de distancia, recordamos al compañero caído y prometemos mantener bien el alto las banderas de la paz y la amistad entre los pueblos, y la lucha por el socialismo.
¡Hrant, hasta la Victoria, siempre!


Adrián Lomlomdjian
Director

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